Te acordaras un día de aquél
amante extraño
Te acordaras un día de aquel
amante extraño
que te beso
en la frente para no hacerte daño
Aquel que
iba en la sombra con la mano vacía
porque te
quiso tanto....que no te lo decía
Aquel
amante loco....que era como un amigo
y que se
fue con otra para soñar contigo.
Te
acordaras un día de aquel extraño amante
Profesor de
horas lentas con alma de estudiante
Aquel
hombre lejano...que volvió del olvido
Solo para
quererte....como nadie ha querido.
Aquel que
fue ceniza de todas las hogueras
y te
cubrió de rosas sin que tu lo supieras.
Te
acordaras un día del hombre indiferente
Que en las
tardes de lluvia te besaba en la frente
Viajero
silencioso de las noches de estío
que miraba
tus ojos, como quien mira un rió.
Te
acordaras un día de aquel hombre lejano
del que mas
te ha querido...porque te quiso en vano.
Quizás
así de pronto...te acordaras un día
de aquel
hombre que a veces callaba y sonreía
Tu rosal
preferido se secara en el huerto
Como para
decirte que ese hombre se ha muerto
Y el
andará en la sombra con su sonrisa triste
Y
únicamente entonces sabrás que lo quisiste.
José Ángel Buesa
(cubano,
1910-1985) |
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Un rayito montaráz Ella
estaba desnudita,
y el árbol grande, indiscreto,
con su menuda ramita
a los cristales rozaba,
picarón, cerca cerquita.
Sus dedos, apretaditos,
sobre mi sillón sentada,
sus menudos piececitos
en el suelo tremolaban,
finos, muy finos, finitos.
Miré, color de la cera,
un rayito montaraz,
que cerca de su sonrisa
vino a mariposear,
y luego, sobre su seno,
como mosca en el rosal,
también se vino a posar.
Besé sus finos tobillos,
a ella le dio la risa,
que suave, en claros trinos,
se desgranó, clara y lisa,
como risa de cristal.
Debajo de la camisa
recogió sus piececitos
escondiéndoles de prisa,
y aquella primera audacia,
fingió castigar su risa.
Palpitando, pobrecitos,
bajo mis labios, sus ojos,
los besé, quedo quedito.
Ella inclinó la cabeza:
"Me gusta más, jovencito,
dos cosas quiero decirte..."
Yo le eché el resto a su pecho,
a ella le dio más risa
que consentía lo hecho...
Ella estaba desnudita,
y el árbol grande, indiscreto,
con su menuda ramita,
a los cristales rozaba,
picarón, cerca, cerquita.
Arthur Rimboud
(francés, 1854 - 1891) |